* Uno de los más de 500 carteles que se han imprimido gracias a la ayuda de un camarada de Gijón y que se han empezado a colocar en las inmediaciones de los colegios asturianos, grandes superficies comerciales, estaciones de autobuses, trenes,...
Aaron Dugmore tenía nueve años. Se quitó la vida porque no podía soportar el
acoso de sus compañeros de colegio. Diríase el típico caso de acoso escolar que
suele abrir de vez en cuando los telediarios. Y sin embargo ninguna de las
cadenas de televisión que diariamente nos intoxican y manipulan con su
sensacionalismo dedicó un solo minuto a la muerte de Aaron. Y es que da la
casualidad de que Aaron era un chaval blanco en un barrio dominado por
inmigrantes. Uno de esos barrios europeos cada vez más numerosos en los que ser
blanco es un factor de riesgo.
Aaron era acosado por ser blanco. A sus nueve años sabía muy bien lo que era sentirse extranjero en su patria. Sabía lo que era ser insultado y humillado en la tierra de sus antepasados por especímenes venidos de fuera de Europa.
Aaron era acosado por ser blanco. A sus nueve años sabía muy bien lo que era sentirse extranjero en su patria. Sabía lo que era ser insultado y humillado en la tierra de sus antepasados por especímenes venidos de fuera de Europa.
Pero los culpables de la muerte de Aaron no son
solamente los pandilleros moros, negros o indios que lo amenazaban y humillaban.
Los verdaderos culpables se ocultan en las mismas covachas y sanedrines que han
impuesto ahora la consigna del silencio. Los auténticos asesinos del pequeño
Aaron son esos profesores de la caterva progre que intoxican las mentes de
nuestros escolares con sus "educaciones para la ciudadanía" y demás basura
conceptual. Son esos acomplejados voceros del multiculturalismo que equiparan
una Ópera de Mozart o un concierto de Falla con el aporreo de un tam-tam
africano o con los silbidos de una flauta amerindia. Los que hacen que niños
españoles, ingleses, alemanes o italianos se sientan avergonzados de ser
blancos, europeos y heterosexuales. Son los guionistas de esas teleseries en las
que siempre el negro, el judío o el marica son personajes inteligentes y
simpáticos mientras que la familia normal, lo que la cursilería progre denomina
"familia tradicional", es presentada como algo anacrónico o antipático. Son esos
publicistas políticamente correctos que para anunciar algún producto infantil
siempre muestran una heterogénea mezcla multicultural de bebés negros, chinos o
moros en las que, ocasionalmente, aparece algún niño blanco. Son los
estebanibarras y demás sabandijas subvencionadas que hubieran chillado
histéricamente si Aaron hubiera sido negro.
*Reparto de octavillas de denuncia del racismo anti-blanco
Son los periodistas mendaces que silencian su
muerte. Los obedientes plumíferos que hubieran dedicado
horas enteras de reportajes a esta muerte si Aaron, en lugar de una víctima del
racismo antiblanco políticamente correcto, hubiera sido un violador negro
apaleado por malvados neonazis, o una niña mora "discriminada" porque en su
colegio no le permiten ir con burka.
Pero Aaron era blanco y la consigna
judeoprogre es silenciar su muerte como se silencian las de los granjeros
blancos asesinados en Sudáfrica por hordas de negros o como se silencian las
violaciones de españolas por marroquíes o por sudamericanos. Son crímenes
realmente molestos para el rebaño amanerado y buenista de esa izquierda-caviar
que desde hace décadas es el árbitro inapelable de la corrección política.
La piara hipócrita que condena el racismo excepto cuando se trata de racismo antiblanco. Los hijos de puta.